Según el poeta inglés Oliver Reynolds, un anciano tenía un altar familiar donde quemaba incienso a una imagen de Napoleón. Cuando le preguntaron por qué adoraba el retrato como a un dios, el hombre contestó que él adoraba cualquier cosa.
¡Imagínate, venerar una foto de ese general francés! ¡Imagínate lo que es quemar incienso al retrato de un ser humano que no tiene una relación significativa con sus adoradores! ¡Esa es la peor de las idolatrías!
Claro que nunca pensamos que somos idólatras, pero ¿acaso desobedecemos sutilmente el mandamiento de Dios que dice: "No tendrás dioses ajenos delante de mí"? (Éxodo 20:3).
Nunca soñariamos siquiera con inclinarnos ante la foto de ningún mortal, por muy famoso o poderoso que sea. Pero, ¿quién está en el trono de nuestro corazón? ¿Quién ocupa el primer lugar en tu vida? ¿Le estamos dando el primer lugar en nuestra vida a un ser querido? ¿Es esa persona la número uno en nuestro querer? Tal vez adoramos el dinero. O quizás nuestro trabajo es nuestra más alta prioridad.
Jesús dijo: "Al señor tu Dios adorarás, y a él solo servirás". (Lucas 4:8) ¿Lo estamos adorando y sirviendo sólo a Él? Pasa un poco de tiempo a solas con Dios para examinar tu corazón. Cerciórate de que no te has convertido en idólatra.
Un ídolo es cualquier cosa que ocupe el lugar de Dios.
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