Cuando yo era un muchacho, unos cuantos de mis amigos tenían papás que dirigían a sus familias en la lectura de la biblia y nunca faltaban a un culto de la iglesia. Pero también sabía que algunos de ellos eran orgullosos, tiranos en el hogar, crueles en sus tratos de negocios, y desalmados para con los necesitados. Aunque yo era joven sabía que la hipocresía no agradaba a Dios.
Daba gracias porque mi padre y varios otros hombres que conocía eran un ejemplo de verdadera fe y humildad. Admitían sus errores rápidamente y trataban a los demás con compasión. Obviamente se veían a sí mismo como receptores indignos de la maravillosa gracia de Dios.
En el Salmo 51, David expresó su profunda culpa y su desesperada necesidad de que Dios lo perdona y lo limpiara. Mientras se afligía por su pecado, acudió al Señor con el sacrificio de un "corazón contrito y humillado" (versículo 17). Cuando David pensó en el amor, la misericordia y la gracia de Dios, se llenó de gratitud y alabanza.
Si reconocemos la gravedad de nuestro pecado, nosotros también acudiremos al Señor con el sacrificio de un "corazon contrito y humillado". Cuando consideremos lo que Jesús hizo por nosotros en la cruz, sufriendo el pleno castigo por todos nuestros pecados, entonces nos sentiremos abrumados por la maravilla de su gracia.
Los sacrificios de Dios son el espíritu quebrantado;
Al corazón contrito y humillado no despreciarás tú, oh Dios.
Salmo 51:17
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