Si le pedimos a un chico de 15 años que disfrute un "tiempo de familia" y deje de su smartphone, podremos ver que no se alegrará. También podemos ver no se alegra de jugar con su hermanos mientras sus amigos van todos a un juego de fútbol.
Su frustración podría ser similar a la de Ana, que no tenía hijos, cuando su bien intencionado esposo le preguntó: "¿No te soy yo mejor que diez hijos?" (1 Samuel 1.8). Parece que él no entendía sus necesidades, que no se daba cuenta de que ella estaba luchando con otras cosas, además de su incapacidad de tener un bebé. Esa era razón suficiente para estar molesta, pero creo que había más.
De la misma forma en que un chico de 15 años desea ser aceptado por sus amigos, la profunda necesidad de Ana era tener la aprobación de Dios. Una mujer sin hijos en su cultura se sentía deshonrada por Dios porque pensaba que Él le estaba negando su participación el el cumplimiento de la promesa del Mesías. Ana estaba dispuesta a dar a su hijo al servcio de Dios a cambio de saber que Él no la había rechazado. Su oración fue finalmente contestada, y su corazón rebosada de gozo (1 samuel 1:10)
Podemos aprender de esta piadosa mujer. Las relaciones humanas son importantes, pero nuestra necesidad crítica es saber que tenemos la aprobación de Dios. Sólo Él puede satisfacer nuestras más profundas necesidades.
Y Ana oró y dijo: Mi corazón se regocija en Jehová, Mi poder se exalta en Jehová; Mi boca se ensanchó sobre mis enemigos, Por cuanto me alegré en tu salvación. 1 Samuel 2:1
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