La persona de
Jesús ocupa el centro del mensaje de Juan. Su estilo descriptivo es
intencionalmente realista, quizá como una reacción contra los que negaban la
realidad humana del Hijo de Dios. Si en Marcos Jesús se revela como Hijo de
Dios a partir de su bautismo, y en Mateo y Lucas a partir de su concepción,
Juan se remonta a su preexistencia en el seno de la Trinidad. Juan presenta la
deidad total de Jesús de Nazaret desde el primer capítulo, y repite tal énfasis
a través de todo el Evangelio. Juan hace emerger con dramatismo la progresiva
revelación del misterio de la persona de Jesús hasta la hora en que se
manifiesta con toda su grandeza. La luz y las tinieblas se ven así confrontadas
hasta esa hora, la muerte, en la que la aparente victoria de las tinieblas se
desvanece ante las luz gloriosa de la resurrección.
Nosotros no podemos comprender el misterio
de Cristo en sí mismo, ya que supera infinitamente todo
conocimiento humano, pero sí experimentamos las dimensiones reales del mismo
que nos afectan. Cuando nos incorporamos a Cristo, en la medida que el
conocimiento va penetrando y por lo consiguiente se vive la práctica de ese
amor, nos vamos llenando de Cristo. Cuando Cristo entra en nuestras vidas, las llena con su vida y este es
el terreno en el cual echamos raíces y florecemos, el suelo sobre
el cual se fundan nuestras vidas. Conocer el amor de Cristo es la esencia de la más completa
plenitud. Toda la plenitud de Dios
habla de más de una experiencia o aspecto de su verdad o poder y esto apunta
hacia una profunda espiritualidad, que participa de forma balanceada de todas
las bendiciones, recursos y sabiduría de Dios.
El amor de Dios es infinito, inconmensurable, capaz de todo, supera cualquier expectativa. Solo Él fue capaz de darnos a su único hijo para que con su muerte nuestros pecados fueron borrados (Juan 3:16).
Jesús
conocía su destino, sabía cuál era el propósito que lo había traído a este
mundo terrenal y estando con sus discípulos les decía no se preocuparan de
nada, que confiaran en Dios al igual que en Él. Sabía que tenía que partir,
sabía que tenía que dejar este mundo para poder hacer real las promesas del
Padre. Los discípulos, en total desconocimiento, le preguntaban que si al
partir los dejaría solos, y de ser así, como es que iban a saber qué camino
tomar..Jesús fue muy claro y le dijo, - Yo soy el camino, la verdad y la vida;
nadie va al Padre si no es por mi – (Juan 14:6).
Ante
estas palabras los discípulos aun dudaban y cuestionaban sus propias palabras,
y con todo el amor que siempre predomino en Él, nuevamente les explico el
propósito por el cual había estado aquí.
Cuantas
veces en nuestra vida, aun sabiendo qué camino tomar, seguimos preguntando si
será verdad lo que viene más adelante para nosotros. ¿Cuántas veces hemos
dudado?, ¿Cuántas veces nos hemos detenido y aun seguimos preguntando si será
lo correcto?. ¿Cuántas veces nos habrán de volver a explicar cuál es el camino
correcto? Como seres humanos tendemos a equivocarnos y por supuesto necesitamos
de una prueba fehaciente de la certeza de lo que vamos a vivir. La vida eterna
es igual, muchos siguen buscando pruebas palpables las cuales nos hagan
sentir más seguros, tal cual lo hizo Felipe al condicionar, las palabras de
Jesús (Juan 14:8). La palabra de Dios es muy clara, no es tibia, es certera y
penetra hasta lo más profundo. No hay otro camino para llegar al Padre, no
existe ningún medio físico o espiritual el cual nos pueda hacer más fácil o más
eficaz esa promesa. Solo aceptando a Jesús como nuestro Señor y Salvador, es la
única forma de estar inscrito en el libro de la vida.(Lucas 10:21,Filipenses
4:3,
Filipenses
3:20, Hebreos 12:23)
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